Gracias a todos por vuestra mirada.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

A borbotones...


Al transcribir una sensación, las palabras parece que la convirtieran en eterna, pero a veces, también me siento joven...


 Hoy me siento vieja. Ayer también. Y no es sólo por esa piel que se empeña en irse descolgando sigilosamente. Ese vientre que se niega a endurecerse tras un último parto tardío e inesperado, ese pelo que va perdiendo el brillo, esas manchas que aparecen poco a poco en el dorso de mi mano. No. No es sólo mi cuerpo aquejado de un mal de huesos que duelen al acostarse y se rinden a su suerte. No. No es la tristeza del espejo que me mira con unos ojos tristes adornados con unas sutiles líneas que marcan los años, ni la redondez que van adquiriendo mis curvas antaño casi perfectas. No. Es por esta añoranza que me araña a cada momento y me pilla desprevenida cuando quiero sonreír, y en lugar de una sonrisa me sale una mueca. Es esa pena de alzar a mi hijo al aire y sentir cómo desfallecen mis fuerzas a medida que se alzan sus risas. La resignación que se apodera de mi rebeldía y le gana terreno peligrosamente. Los amigos, los grandes amigos a los que ya no deseo llamar porque se quedaron agazapados tras su propia vejez más prematura que la mía. Las pocas ganas que me van quedando de hacer amigos nuevos porque ya no creo en esa amistad por la que dabas la vida. Esa amistad a la que recurrías para llorar tus penas y compartir alegrías con una buena cena y un buen vino sin obviar nada, hablando a borbotones, llorando a borbotones, riendo a borbotones. Ahora las penas las lloro en silencio y con pocas lágrimas. Y las pocas alegrías las celebro alzando la copa y tragándome la vida yo sola frente a un plato de macarrones. Es la certeza de que ya no me quedan grandes pasiones por vivir, la desilusión de no engendrar nuevas ilusiones, pero sobre todo la desilusión de no haber cumplido con las que he tenido y la seguridad de que no podré hacerlo. Ya no queda tiempo. La rutina instalada en el eco de las mismas palabras que antes sonaban a música de bombo y platillo, y ahora suenan a retahíla de misa de once, de un domingo cualquiera. El dolor de no escuchar esas mismas palabras que antes te hacían vibrar de emoción y se te colaban en el corazón, y ahora se quedan nadando infinitamente en el recuerdo. La piel herida por las caricias que se quedan en el aire, el deseo hecho pedazos, Los besos de miel convertidos en agua, el color opaco de mis ojos llorando sin lágrimas. Los recuerdos clavados como puñales incapaces de atravesar la coraza hecha de años. La visión implacable de los jóvenes repitiendo la historia mientras creen que la inventan. El sueño desvelado sin el consuelo de un abrazo en la madrugada. Después de todo, quizá no sea la vejez el peor de mis males. Quizá lo peor sea esta espera interminable de resurgir de mis propias cenizas. De volver a creer que todo es posible. De no permitir a mi piel marchita sentir de nuevo el beso palpitante del deseo, el aliento excitado de otra boca derritiendo mi nombre. Quizá la vejez no me llegue hasta que lo acepte del todo. Quizá, después de todo, no haya tanta diferencia entre la vida y la muerte, el principio y el fin. Quizá la vejez sea esta ausencia de sentirse amada.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Volveras a resurgir, no te quepa duda, amiga, nuestro espiritu es demasiado inquieto como para dejarnos ir. Besos

carmen jiménez dijo...

Gracias anónimo por tus deseos. Mi espíritu inquieto no creas que se conforma con imaginar quién eres, pero eres un/a amigo/a seguro. Gracias por eso también.

Anónimo dijo...

hay un refran que dice que no es lo que se diga sino como lo digas. Y a mi me ha dejao kO querida Carmen.ànimo
Taba tu nuevo amigo.

carmen jiménez dijo...

Gracias Taba. Ya te echaba yo de menos por este nuevo blog mío. Me voy en unas horas a ver el mar, a ver si consigo un poco de ese aire fresco que tanta falta nos hace.
Un abrazo.

Arcadia dijo...

Me he impactado como pocas cosas esto que has ecsrito. Yo no sé qué será la vejez, y cuando me llegue espero que sepa llevarla bien. Que no me importen las patas de gallo (que me acompañan por genética desde los 5 años) ni las manchas en la piel. Espero, como tu, que pueda resurgir de mis cenizas si me caigo. Que la vejez no sea dejar de sentirme amada. Que el tiempo no merme nuestras ganas de soñar y de volar.

Aunque sé que, como tú dices, los jóvenes creemos estar viviendo algo único, y en realidad, es la misma historia repetida desde los albores de la Humanidad.

Qué más da. Lo que importa es haberla vivido.

Y por lo que leo y aprendo cada día de ti, tú no dejarás que te venza la apatía, ni el tiempo. Tienes alma de luchadora. Todas las madres son luchadoras...

Un beso enorrrrrrrme

carmen jiménez dijo...

Qué bonito todo lo que dices. Ojalá se cumpla. Sentirse amada hasta el final ha sido mi sueño, mi realidad. Ahora creo que es más importante ser capaz de amar.
Es cierto que la historia se repite una y otra vez, y que las épocas sólo se diferencian en las ropas, en los prejuicios, en los avances del momento...pero el sentimiento es universal. Lo bueno, es que cada cuál tienen el derecho de disfrutarlo como si fuera único.